Stalin mató de hambre a siete millones de ucranianos

Stalin mató de hambre a siete millones de ucranianos


 

Una historia que usted debe conocer
Stalin mató de hambre a siete millones de ucranianos
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Ha sido uno de los mayores crímenes de toda la historia: el exterminio deliberado, por hambre, de siete millones de ucranianos. Fue una decisión política de Stalin, que pretendía así «disciplinar» al díscolo campesinado de Ucrania. Durante años, la propaganda de la izquierda negó esa barbaridad. Hoy está plenamente documentado que los comunistas de Moscú programaron, ordenaron y ejecutaron la hambruna de 1932-1933. En estas semanas el Gobierno de Ucrania se dispone a conmemorar oficialmente el 75 aniversario de la tragedia. ¿Qué sabe usted del «Holodomor»?

JUAN RAMÓN SÁNCHEZ CARBALLIDO

                                                                                                                 

Nació en Sevilla (España) en 1964. Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid: Licenciado en Filosofía Pura por la UNED. Consultor Senior en Comunicación para una multinacional del sector de las telecomunicaciones. Ha sido colaborador de las revistas Punto y Coma, Hespérides y El manifiesto contra la muerte del espíritu y de la tierra. Colabora con el Departamento de Historia de la Comunicación Social de la Universidad Complutense de Madrid.

          Holodomor es una palabra compuesta de las ucranianas «holod», hambre, y «moryty», muerte entre sufrimientos. Cercano al de Holocausto, el término Holodomor (de reciente acuñación) hace referencia a la terrible hambruna soportada por el pueblo ucraniano por decisión de las autoridades soviéticas hace 75 años.

          Ucrania, el llamado «granero de Europa», conoció entre los años 1932 y 1933 la pérdida por hambre de 7 millones de personas, el 20% por ciento de su población. Para ponerle rostro humano a la tragedia baste señalar que, a finales del verano de 1933 y sólo en la región de Kiev, se registraron en torno a 300.000 niños huérfanos sin hogar; un mes más tarde dos tercios de estas criaturas (200.000) ya se dieron por muertas.

          La muerte por inanición es una de las más espantosas que se puedan afrontar. Representa, a la vez, la prueba más palpable del carácter criminal del comunismo. Porque la orden de someter a la población civil ucraniana a una hambruna «artificial» partió de las tripas -malditas y bien repletas- del Kremlin. No es propaganda, sino una terrible verdad sacada a la luz por los historiadores y reconocida como tal por todos los países civilizados y las Naciones Unidas.

 

Un gigantesco crimen político
          La plaga del hambre no se desató en Ucrania por sequías, inundaciones, incendios o cualquier otra causa natural. Se desató por odio. Según atestiguan los archivos oficiales de la época, en los momentos previos al terror Ucrania contaba unas enormes reservas de trigo que, por sí mismas, habrían paliado cualquier efecto que sobre la población hubiera sobrevenido por pérdida de las cosechas. Sin embargo, el Gobierno comunista ordenó la venta de esas reservas al exterior y prohibió cualquier intercambio comercial entre zonas rurales, lo que impedía en la práctica el abastecimiento de alimentos en las aldeas.

          Las actuales autoridades ucranianas han desvelado que quienes contravinieron estas normas fueron castigados con 10 años de cárcel (que en la Rusia de la época equivalía a una muerte segura) y que se fusilaba sumariamente a aquellos que, por ejemplo, usaban el trigo para el pago de salarios. Todo ello en un entorno donde las gentes, famélicas, morían en las calles al diabólico ritmo de siete por minuto, mil por hora y veinticinco mil al día.

          Fuera de la mentalidad comunista no hay razones que permitan entender, y aún menos justificar, esta atrocidad. Al parecer, Stalin sospechaba -no sin cierto motivo- que en Ucrania crecía una oposición real al régimen representada por una reivindicación de desarrollo de la producción agrícola con independencia de los planes del Estado. El tirano comenzó a ver en cada campesino, por extensión, un enemigo potencial de la Revolución. Dentro del pragmatismo socialista más ortodoxo decidió doblegar esta oposición aniquilando con perversidad a una cuarta parte de la población, y hacerlo con un sistema de eficacia probada para infundir un hondo, lento y perdurable terror en el pueblo, capaz de servir de ejemplo a otras regiones díscolas y poblaciones desobedientes.

          A pesar de su extraordinaria crueldad, el caso ucraniano no fue más que un capítulo del terror comunista en el mundo, que los historiadores cifraron, en 1998, en unos cien millones de muertos acumulados a lo largo de su sanguinaria historia.

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